Los especialistas suelen decir que, para conseguir los resultados deseados, no basta con plantearse metas, sino también poner inteligencia y trabajo para convertirlo en realidad.
¿Si esa es la fórmula del éxito, porque en muchos casos, no lo logramos?
Lo mencionado anteriormente es necesario pero no suficiente.
En realidad para lograr lo que uno desea, ¿qué mejor que conectarnos emocionalmente con el objetivo?. Involucrando a nuestro inconsciente en el logro, visualizándonos en la fase final del deseo logrado, es decir, si nos disponemos a estar en plenitud por la alegría de las metas alcanzadas, sin ningún lugar a dudas lograremos aquello que fervientemente deseamos.
La humanidad ha transitado un largo camino, una carrera que comienza por superar la creencia de la “imposibilidad”, un virus letal que se reproduce y extiende, saboteando el nacimiento de las experiencias deseadas. Afrontando el reto de hacer posible lo que en principio parecía imposible, imposibilidad que son ni más ni menos conversaciones internas auto limitadoras.
Las creencias son los fabricantes de lo posible y también de lo que consideramos imposible. En el pasado solíamos escuchar “Ver para creer”. Sin embargo, ahora que somos más conscientes de nuestras propias capacidades, decimos: “Creer para ver”.
Cuando alguien intenta algo, una y otra vez, y no lo logra, lo que verdaderamente sucede es que, en el fondo de sí mismo, no lo cree posible. El sistema de creencias que habita en nuestra mente, se va conformando en nuestra infancia y son los cimientos de nuestras ideas y acciones.
Lo que hoy hemos alcanzado en nuestra vida, es aquello que en el fondo, creemos posible y merecido para nosotros.
¿Cuáles son entonces los factores claves del éxito?
Hacer lo que nos gusta y amar de verdad aquello que pretendemos. Factores que son centrales entre nuestra actividad cotidiana y el propósito central de nuestra existencia.
Si el propósito central consiste, por ejemplo, en contribuir al bienestar de la humanidad, sin lugar a dudas uno de nuestros objetivos consistirá en desarrollar las habilidades y competencias para ser más eficaces en la tarea. A partir de allí, nacerán acciones pequeñas y plenamente abordables que, como pequeños escalones, nos conducirán a nuestros objetivos.
El placer de ser feliz comienza y termina en uno mismo. Si cada uno de nosotros es feliz, el Universo será un poco más feliz. ¿Y qué mejor forma, esa, de contribuir a la felicidad global?
Lo importante es creer que la felicidad es posible, que no estamos en esta vida para pasar un camino de pruebas en el que debemos transpirar la perfección.
Si consideramos que la felicidad es una utopía, si tenemos creencias de ese tipo, por más que anhelemos vivir en un estado de serena plenitud, se nos hará difícil lograrlo.
¿Para qué vamos a seguir manteniendo conversaciones con nosotros mismos sobre la no posibilidad?
¿Cuánto tiempo más queremos estar en ese lugar?
La decisión es de cada uno de nosotros.
Si no es ahora ¿Cuándo? Si no somos nosotros ¿Quiénes?
El primer paso es comprender, que nada ocurre, sin haber sido previamente imaginado.