Escuchamos muchas veces decir que hay personas centradas y otras que no.
Pero cuando hablamos de centramiento, ¿de qué hablamos? ¿de qué centro se trata? ¿acaso es alguna conexión interna por la que todo fluye y encaja, sin forzar nada?
Algunos lo llaman esencia, otros consciencia, pero independientemente de cómo lo queramos llamar, seguramente podemos identificar que todos tenemos disponible nuestro centro, y que algunas veces brota y otras se oculta, pero que nunca perdemos su oculta presencia. Al igual que el sol, que aun habiendo nubes, siempre está presente irradiando su energía.
¿Pero que ocurre cuando perdemos nuestro centro?, ¿Cómo hacer para disolver la niebla y volver a vivir desde la fuerza serena? Cuando la tormenta arrecia, ¿qué hacer para alejar las nubes de la mente y recuperar el centro y la sonrisa plena? Tal vez, en semejantes situaciones, uno tan sólo respira, observa y espera.
Cuando respiramos profunda y conscientemente, soltamos nuestras tensiones internas y así como cada ola de mar viene con toda la fuerza del océano, de la misma forma, cada respiración consciente viene con toda la fuerza de la vida. Cuando respiramos atentamente, observamos y permitimos que nuestras sensaciones vayan y vengan. Somos testigos de la corriente mental que nunca permanece igual y siempre cambia.
En la vida de las personas hay, a veces, noches oscuras del alma. Son momentos en los cuales se pierde el control y sentimos que no podemos disolver las nubes del conflicto y que no encontramos las palabras adecuadas. ¿Qué hacer? ¿Tal vez darnos un espacio… esperar a mañana?
Seguramente durante la noche, la mente habrá trabajado, metabolizado emociones y ordenado programas. Una vez más, la magia de la vida nos llevará al centro y despertaremos sabiendo que todo pasa.
Despertemos a la vida dando gracias a Dios. Hoy es otro día. Hoy la vida nos invita a recibir la llegada sutil de lo nuevo, de reinterpretar nuestra vida, de soltar malos pensamientos, de creer fervientemente que aquello que deseamos es posible, mientras la consciencia se despierta y ensancha.
Cuando recuperamos nuestro centro, reconocemos y sentimos a todos los seres humanos, como hermanos que caminan hacia la misma gran meta. Desde el centro fluimos con todos los seres vivos, sabiendo que todo sucede desde el mismo núcleo del alma. Sentimos gratitud y damos gracias a Dios, al Universo, por morir y renacer tantas veces en una sola vida. Damos gracias por volver a empezar y descubrir, una y mil veces, quiénes en realidad somos y en qué juego estamos metidos hasta el alma.
¿El centro? En todas partes, y a la vez tan íntimo y sutil. Solo es cuestión de estar dispuesto a dejarnos fluir y que la vida, una vez más, florezca exquisita en lo más profundo del alma.