Dice el antiguo proverbio: “Aquel que pregunta, es un tonto por cinco minutos, pero el que no pregunta permanece tonto por siempre”.

Pensamos que tiene más dificultad responder preguntas, que el hecho creador de formularlas. ¿Acaso no resulta sumamente valioso ser capaz de preguntar y preguntarse?

Considero al coaching, entre otras cosas, como el arte de preguntar. Regalarle a otro nuestras preguntas va más allá de una mera curiosidad, cada indagación es un abrazo a lo desconocido, que remueve viejas creencias y fecunda de insospechadas posibilidades al alma.

Preguntar significa arriesgarse y mirar a los ojos del otro cuando comparte sus sentimientos y vivencias. Abrimos nuestro corazón mientras escuchamos algo más que las palabras que salen de su boca, aunque hable de cosas sin importancia y nos encontremos en el lugar menos indicado.
Conectémonos con su mirada, con las puertas eternas del alma y reconozcamos a ese ser, único e irrepetible que vive oculto tras sus actitudes y creencias que una vez más lo delata.

Las preguntas sencillas y concretas muestran el grado de apertura y profundidad del ser humano que las realiza. Cuanto más amor fluye por los caminos de su alma, más escucha sin corregir, sin opinar y sin evaluar las respuestas.

El simple hecho de escuchar, comienza a ser un arte que sustenta grandes dosis de respeto y equidad. Aprender a formular correctamente nuestras preguntas, permitirán que las respuestas tengan su mismo nivel de precisión.

Se dice que cuando una persona recibe coaching, tiende a crear respuestas que tan sólo alcanzan el mismo nivel del que pregunta. De hecho, los coaches sensibles y profundos suelen posibilitar en quienes escuchan, un fluir de respuestas que resultan increíbles, incluso para los mismos asistidos que las expresan con sorpresa.

Formule preguntas acerca de todo lo que usted sienta. Como bien sabe, para responder a ellas, quién escucha deberá previamente mirar hacia áreas de sí mismo que, habitualmente, ni mira ni a veces, recuerda. Viaje a su corazón y a su mente, mientras pregunta desde un lugar que no juzga ni compara y, por lo tanto, ama.

Pregúntele al otro y después comparta el silencio. Ese silencio elocuente que brota cuando el corazón habla.

Mariano Vazquez

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