Si algo me ha enseñado el coaching en todos estos años, es que al observar la vida y contemplar la diversidad de experiencias a las que ésta nos enfrenta, nos damos cuenta de que vivir es una experiencia maravillosa.
Un viaje en el que asistimos y compartimos la vida con muchos seres humanos, a veces en forma circunstancial y otras de manera intensa. A lo largo del camino, nos vemos en diferentes situaciones que a veces nos conmueven y otras tal vez, mucho nos importan.
En muchas situaciones hemos sentido admiración, respeto, envidia y miedo. Hemos experimentado cansancio, renovación y, de nuevo, esa fe que renueva las esperanzas y mueve las montañas.
Y, ante este sin número de experiencias que pasan dejando sus propias huellas, a veces nos preguntamos: “¿qué espera Dios o el Universo de mí, cuando aquí presente, me enfrento a la vida?, ¿qué se espera que hagamos?
Tal vez, la vida sea ese maestro que nos muestra, aquello que late oculto tras eso que, precisamente, nos enfrenta. El camino de vivir, tiene sus propias enseñanzas, adoptando diferentes rostros que nos abren y despiertan. Unas veces nos pide que escuchemos a aquellos que hacen que nuestros oídos se cierren y en otras, nos invita a bucear en los pliegues de las almas más curiosas.
Encontré en el coaching ese algo que nos ayuda a aprender durante la travesía sobre la Tierra. Eso que nos posibilita mover tantos hilos en el interior de nuestros corazones, como de nuestras cabezas. La posibilidad de desarrollar la capacidad de aprender a aprender para así convertir en sabiduría cada experiencia. Una vez que nos abrimos al secreto de la apertura, la vida toma otro sentido. Observamos que las cosas por malas que parezcan tienen su intención oculta, y pronto descubrimos que el camino del vivir es, en realidad, una escuela.
Tengo el privilegio de poder ver como muchos seres humanos, asisten al resplandor de la conciencia, y a partir de este primer “darse cuenta”, ya nada será igual y todo lo que acontezca servirá a una expansión sin vuelta.
Se trata de una etapa que, pasado el tiempo, uno recuerda como línea divisoria entre la oscuridad de la antigua noche y el alba de una vida nueva.
Mariano Vazquez