La vida es una gran aventura, un aprendizaje constante que encuentra su máxima expresión cuando exploramos en el interior de las personas.
Cada camino recorrido por el alma del prójimo es un laberinto de espejos, reflejando nuestras zonas oscuras, ocultas, que se nos muestran gracias al otro.
Pero también es cierto que aquello que no hayamos reconocido y registrado en nosotros mismos, no seremos capaces de reconocer en la otra mirada. Cuanto más hayamos vivido y observado,  más podremos conectarnos, a través de las pupilas, con otras almas.

Cada viaje al alma del otro, es un abrazo a lo desconocido, que permite remover viejas creencias y sembrar de insospechadas posibilidades nuestras moradas internas.

Arriesguémonos a mirar a los ojos del otro cuando comunicamos lo que sentimos, cuando compartimos nuestras ideas y deseos más profundos. Abramos nuestros corazones mientras escuchamos más que las palabras que salen de su boca.
Conectémonos desde la mirada, con esa alma que espera pacientemente ser escuchada y reconocida como nunca antes nadie lo había hecho.
Relajemos nuestro entrecejo al contemplar su rostro y abrámonos a la percepción de todo su ser mientras respiramos conscientes, sabiendo que el silencio me conecta desde la profundidad del alma y sintiendo que abrazamos sutilmente a ese ser que se nos muestra, expandiendo su conciencia ante nosotros, sin miedos, con amor, desde lo más profundo de su alma.

Cuando abracemos al otro, enfoquemos nuestra atención al centro de nuestro propio pecho, entornemos nuestros ojos y percibamos el fuego de las dos llamas conectadas.
Permanezcamos esos instantes eternos, entrelazando la energía que crece y se expande, derribando defensas y máscaras que esconden nuestro ser.

Preguntémosle al otro, ¿qué siente cuando abraza?, ¿cuáles son sus sueños?, ¿cómo supera sus pérdidas?, ¿de qué ríe y de qué llora?, ¿qué admira de la vida y qué le satisface de su gente cercana?, ¿qué es lo que realmente le importa?, ¿qué sentido tiene su vida y qué busca su corazón cada mañana?, ¿quién de verdad es y dónde orienta su mirada?, ¿con quién desearía compartir el resto de su vida?, ¿a quién extraña cada día, deseando que retorne, para encontrarse nuevamente con su alma?, ¿hacia qué siente ternura y con quién iría a una isla desierta? … después comparta el silencio.

Ese silencio elocuente, que brota inesperadamente, cuando el corazón habla.

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